Cuando cerraron la puerta nos quedamos solos en la pieza. Nos acostamos en la cama de dos plazas, ella en la parte derecha y yo en la izquierda. Como esos matrimonios en los que se acabó el amor (o la calentura).
Fingí acomodarme para avanzar lentamente hacia el centro del colchón. Noté que ella hacía lo mismo, también con mucha sutileza. Quedamos a unos cuantos centímetros de distancia, frente a frente, pero con los ojos cerrados.
De vez en cuando nos rozábamos los pies, de vez en cuando nos rozábamos las manos.
Yo trataba de mantener el contacto de manera natural, sin que ella notara que mi pie quería estar al lado de su pie, que mi mano quería estar al lado de su mano.
Por favor, mueve esos dedos, dime que no están ahí junto a los míos por pura casualidad.
Pero ella no movió nada. Solo se quedó frente a mí, con esos rulos tapándole la mitad de la cara, con ese cuerpo diminuto… Y yo la miré dormirse, oculto entre las sábanas, porque no quería que se diera cuenta que yo la espiaba, que no podía conciliar el sueño si estábamos tan cerca.
Me quedé dormido pensando en mi cobardía. Y al otro día fui el primero en despertar. Miré el reloj para ver cuánto tiempo me quedaba en esa cama junto a ella. La miré para ver si todavía dormía.
Quizás, si me acerco ahora…
No.
Loreto Montero
(Este fue el resultado de mi intento de cambio de género con la temática de la "primera vez")
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